El otro día presencié una trifulca con lo que podríamos llamar «generación de cristal».
Fue en clase de ballet.
Los chicos eran adolescentes.
La profesora les había encargado la «ardua» tarea de venir a ensayar 1 hora antes de una clase anterior.
Ensayarían una pieza coreográfica que se presentaría en la final de un concurso ante unas 1500 personas en Marbella.
Les pidió que grabaran el ensayo final para corregirles y afinarles cosas.
Todos aceptaron la encomienda —en una clase de ballet se hace lo que dice el profesor—…
pero no fueron capaces de ensayar ni de coordinarse entre ellos.
La grabación fue un desastre.
Sin embargo, lo que enfurecía a la profesora no se debía al resultado, sino a la falta de reacción, de proactividad y de entrega de los jóvenes bailarines.
Tomo clases con ellos 3 veces en semana.
He estudiado en escuelas privadas, conservatorios públicos y templos de la danza española como Amor de Dios a lo largo de 2 décadas.
Y si hay algo que no he visto, esperado o recibido en toda mi carrera han sido contemplaciones.
Nunca se habló de autoestima.
El amor se expresaba bailando con la música, con o sin escenario.
Lo que definía cada minuto de la clase era AUTODISCIPLINA.
Y hoy veo que, por miedo a traumatizar, la autodisciplina brilla por su ausencia.
Lo hace hasta tal punto de que muchos jóvenes no son capaces de responsabilizarse de una actuación artística a la que van por propia voluntad.
Hola, padres y madres.
Estamos dejando nuestro legado a una generación de cristal.
No solo no saben gestionar sus frustraciones porque tratamos de evitárselas, sino que tampoco saben comprometerse con retos propios porque, como diría mi madre, están «hartos de bollos».
Se habla mucho de emprender como vía para la libertad.
Pero la libertad conlleva hacerte cargo de ti, responsabilizarte de tu vida.
Y eso se aprende desde chiquitillos; en muchos casos, gestionando la frustración, la autodisciplina para mantenerte en el camino,
y con un ingrediente extra necesario: PRO-AC-TI-VI-DAD, que no es otra cosa que una hija de la PASIÓN.
Lo queremos todo fácil. Pero abre los ojos y verás que una pasión conlleva retos.
Y los retos son incómodos… y puede que difíciles.
Sin ir más lejos, mi primer hijo es mi negocio.
Sin pasión, autodisciplina y gestión de la frustración no sale adelante.
Igual que la obra más bella que puedas imaginar, sin ensayos fallidos y sin ajustes continuos es muy difícil que merezca la pena.
Hazte un favor. No seas generación de cristal.
No seas frágil.
Como dice Taleb, refuérzate y crece con cada frustración, golpe o desarreglo.
Ese es el precio de la libertad, de la belleza, y de la vida que quieres vivir.
Y vale para todas las edades.
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Y puede que leas algún pitote o andanza como bailarina, vendedora y amante de la naturaleza, del planeta y de una filosofía de vida crítica.
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