Cuando Simone Biles dejaba las Olimpiadas, yo me alegraba por ella.
A pesar de lo que había «fuera», ella salía de una situación en la que estaba fatal; no podía con la presión y tampoco quería cargar más con la expectativa de tener que ganar en la competición por cojones.
Y me alegraba porque me recordó a una historia personal, que sucedió hace unos 9 o 10 años, cuando me quería dedicar al mundo profesional de la danza.
Hay muchas cosas que no se ven.
Cómo funcionan por dentro los mundos que vemos en la tele
Yo estaba en todo el meollo madrileño para conseguir vivir de la danza española como bailarina de compañías.
Había llegado con mucha ilusión y ganas, además de una idea de compañerismo sano. Pero lo que me encontré allí no fue eso.
Competitividad, toxicidad, expectativa, juicios allí y aquí…
Feo. Muy feo.
Para que te hagas una idea, cuando me despertaba por la mañana no quería levantarme.
¿El motivo?
Tenía que ir a clase.
Como consecuencia, por la noche no me quería acostar porque sabía que tendría que salir de la cama, directa a bailar… y sin querer hacerlo.
Y claro.
Cuando tú eres pequeña y decides hacer algo que te gusta, con el apoyo de tus padres, lo haces porque lo disfrutas.
Sin embargo, cuando vas creciendo y escalando la montaña, y ves que eres buena, es muy probable que esto pase a mayores.
Podría ser el caso de Simone: competiciones, olimpiadas, élite…
Vamos, lo más de lo más.
Cuál es el «problema» de aspirar a la élite
El problema —por llamarlo de alguna forma— de querer crecer y expandirte así es que parece que, si con todo lo que supone, no consigues lo que supuestamente se espera de ti una vez arriba…
terminas creyéndote que lo tuyo es un FRACASO.
O peor: que tú misma ERES un fracaso.
Y esto te machaca mentalmente.
Por ejemplo, cuando yo dejé la vida y las enseñanzas profesionales de danza muchos de los comentarios que me llegaron eran:
—¿Cómo? ¿Después de todo lo que has conseguido hasta ahora, lo vas a dejar?
—Te estás sacando la carrera, y a punto de acabar… ¿no la vas a terminar?
Y mi respuesta interna siempre era la misma.
«Pues mira, no. No la voy a terminar. ¿Para qué?
¿Para seguir sufriendo? ¿Para desperdiciar mi vida en un lugar que no me hace feliz?
Por supuesto que no la voy a terminar. Así, no».
La moraleja que me quedo y el mensaje que te dejo
Hay algo que con el tiempo he aprendido y tengo muy claro.
Cuando uno toma su lugar, está diciendo al universo:
«Esto SÍ lo quiero para mí, y esto otro NO lo quiero para mí. Doy un paso al frente, y me importa un carajo lo que el mundo hable.
Me hago dueña de mi vida, de mis decisiones; si no quiero seguir aquí porque esto no es bueno para mí, cojo la maleta, y ME VOY».
Y esta declaración de intenciones es la semilla de cualquier cambio, tanto individual como colectivo.
Entonces.
Comparto esta reflexión porque Simone nos ha hecho un gran regalo a la humanidad que la hemos escuchado.
Si aún no te ha quedado claro con su ejemplo, quédate con mi mensaje.
Deja lo que te hace sufrir, aunque desde fuera te digan cobardica, fracasada, o lo que sea.
El verdadero triunfo está en hacerte dueña de tu vida y decir qué quieres, qué no, y tirar adelante con ello.
Todo lo demás… es secundario.
Lista de correo con 14 cafés, uno por día:
Deja una respuesta