Hace un año escribí la última vez aquí.
Tenía dentro una bomba de relojería que no me atrevía a dejar explotar.
No lo sabía, pero era una pequeña oruga que empezaba a convertirse en crisálida, a endurecerse para transformarse.
Y vivía conteniéndome, aguantando, sujetando, sosteniendo… porque, si dejaba de hacerlo, se podía liar una buena marimorena. Y eso me daba pavor.
Estaba constreñida, acojonada y triste.
Sin embargo, hoy soy la persona libre, confiada y feliz que estaba deseando ser.
Hoy soy como una mariposa disfrutando del vuelo.
Y es que a veces queremos hacer un cambio de vida, dar un salto, hacer cosas nuevas, y no nos atrevemos porque no sabemos cómo hacerlo.
«Quiero esto, pero… ¿cómo lo consigo? ¿Cómo hago?»
Pues bien.
Voy a desnudarme entre letras, contándote qué ha pasado durante los últimos 12 meses y cómo lo he sostenido, con la idea de inspirarte para que concretes lo que quieres hacer, lo hagas desde tu verdad y seas, de una buena vez, la persona que quieres ser.
Así que prepárate, que vienen curvas.
#1 Incómoda
Con este titular te estoy haciendo el spoiler del siglo: la incomodidad.
Al terminar del coliving de A Estrada decía por aquí que la vida me había dado 4 tortas. Hoy sé que no fueron tortas, sino regalos.
Volver a casa después de convivir, compartir y explorar posibilidades durante una semana con Bosco, Kike, Celia, María, Lourdes, Álex, Xoán, Hugo, Alba, Julia, Elena, Bohdan, Miguel, Ana, Sergi, Sonia y Víctor fue un mazazo de realidad que me dejó reventada.
Porque esa semana fue un regalo de la vida, pero la vuelta… uf.
Menudo meneo de cimientos.
De repente, me sentía una extraña dentro de mi propia casa, en mi ciudad natal, en la profesión de copy que ejercía y en mis relaciones afectivas y vinculares.
«¿Qué cojones pasa aquí?», me preguntaba.
Todos estábamos un poco así de removidos, en realidad. Pero yo sentía que necesitaba cambiar algo, y que no podía alargarlo más.
Y ojo, porque el cuerpo también me hablaba: tenía contracturas musculares, perdí el apetito, empecé a no dormir bien y el ciclo menstrual se me alteró.
Así que voy por partes.
La primera en la frente: ser solo copy ya no me hace feliz
Entre hot seats, dinámicas grupales, conversaciones después de comer y fiestas después de cenar me había dado cuenta de que tenía no solo intereses, sino también talentos, habilidades, conocimientos y experiencias que quería dejar salir.
- Quería pegarme más fiestas, sí.
- Quería compartirme más con gente de carne y hueso, sí.
- Quería expandir mis horizontes, sí.
- Pero, joder: quería disfrutar más de mi trabajo… y eso me escocía mucho, mucho.
No quería quedarme anquilosada en el mundo del copywriting, donde hasta ese momento estaba, y me sentía aburrida de hacer siempre lo mismo.
Pero entonces, ¿qué coño quería ser?
«Pues no lo sé. Solo sé que, dentro de 5 años, me veo siendo una mujer que hace lo que le da la gana. Y ya está».
Con esa contestación por bandera (y un feedback poderosísimo de la gente del coliving, que me empujó a subirme a mi propio cohete con los ojos cerrados), me tuneé la cuenta de Twitter y empecé a explorar y a compartir los mundos interiores que me habitaban.
Como un lienzo en blanco; así me presentaba.
Con la primera cosita cambiada… vamos a lo siguiente.
Cuando la pareja ya no es, tu ciudad te deja indiferente y la familia necesita ampliarse
No es que me quisiera embarazar, verás.
Es que, de repente, el círculo vital en el que estaba me apretaba.
Era como si estuviera metida en un molde que no se adaptaba a mis formas… y mis formas querían expresarse, crecer, experimentar y expandirse con libertad.
Al volver, vi que yo QUERÍA mover el culo y tomar distancia de mi ciudad natal para conocer otras formas de vida.
- Quería estar más cerca de la naturaleza, tener una huerta, respirar aire más limpio, tener el silencio a mano.
- Quería aprender otro idioma, conocer otra cultura, disfrutar de otra comida.
Todo esto me lo ofrecía Galicia, que era como un país nuevo y me coqueteaba desde 2020, pero sin tener que salir de España, con la que me había reconciliado después de tanto trote y desencuentro tras mi etapa en Latinoamérica.
Galicia eran nuevos horizontes fáciles, estimulantes, y a 7 horas en tren de mi tierra de olivares.
Sin embargo, estaba apegada a las bellas palmeras de mi Paseo de Linarejos (que me encantan y las amo) y a las rutinas de salir a comprar el sábado e ir a comer a casa de los padres el domingo.
Y esto está muy bien… pero oye, yo quería más aventura, más movimiento, más acción, más cultura. Más de TODO, aunque me costara soltar lo conocido.
Por otra parte (y al mismo tiempo), me tomó dos meses —muy difíciles— darme cuenta de que no quería seguir con mi pareja de entonces.
Simplemente, lo negaba.
El famoso coste hundido me estaba matando por dentro.
«¿Cómo iba a perder todo lo construido hasta ese momento, con lo que nos había costado levantarlo y fortalecerlo?»
Te puedo asegurar que la apuesta de pareja que hicimos Daniel y yo en su momento fue grande; muy grande.
Pero, en ese momento, sin planearlo y sin controlarlo, yo me veía fuera de esa apuesta. Y eso duele que te cagas.
Hugo me ayudó a entender lo que me estaba pasando; Facu, mi terapeuta, con quien me veía cada 15 días, a transitarlo, y mis dos amigas de toda la vida, Ana y Ainhoa, me acompañaron con una lealtad increíble.
Esta era una de las lecciones implícitas en la experiencia: qué importante es de quién te rodeas, con quién te compartes, y qué genera esa energía en ti.
La otra era que, si de verdad amas a alguien, lo mínimo que le debes es responsabilidad afectiva.
Y por ahí seguía el asunto.
La responsabilidad no siempre resulta sencilla.
#2 Más incómoda
La incomodidad no terminó ahí; de hecho, acababa de empezar.
¿Qué pasaba con el curro de copy?
Como todas las cosas que pasan por dentro se reflejan por fuera, de pronto sentía que mi web no me representaba.
¿Yo solo era copy? Claro que no. Ya lo había visto.
Entonces, ¿qué narices hacía con una web de copywriter, que, encima, posicionaba en Google por copywriter sostenible y me traía peticiones de presupuesto de forma regular?
Me martilleaba el cerebro con esta pregunta.
Pero, como tampoco sabía qué quería ser, ni cuál era mi oferta, ni para dónde iba a tirar… ¿para qué iba a cambiar nada?
Así que seguía atrayendo clientes de redacción publicitaria.
Cada vez me apetecía menos decirles que sí, y eso que la vida me los enviaba cada vez más filtrados, más ajustados a mis valores y más alineados con mi filosofía de vida.
Así que tampoco les decía que no, porque me gustaban.
¿Qué hacer?
Pues nada: sostener esta incomodidad… e ir probando cosas, hasta dar con la que me gustase.
En esa época lancé mi primer workshop de escritura terapéutica, y fue un éxito que me dio un impulso increíble para mejorarlo y seguir aprendiendo nuevos formatos —como el presencial, que practiqué dos veces más— sin tener que anclarme al copy.
Mientras tanto, venían cambios.
Más cambios.
Qué cojones hago con mi relación de pareja
Ya entrado el invierno, el percal sentimental había pasado de ser
me ahogo aquí, pero no quiero despedirme porque duele y hace daño
a
me rompo entera y duele que flipas, pero me despido.
A mi alrededor la gente estaba alucinada con mi ruptura; mi familia parecía estar casi más rota que yo. Y yo —lo confieso ahora— estaba cagada viva.
Lo único que sabía era que necesitaba estar sola. Libre. Y hacer lo que me diera la gana… como esa mujer que declaré, en el hot seat del coliving, que quería ser en 5 años.
Así que, con la incomodidad metida en el cuerpo y la incertidumbre de NO TENER NI PUTA IDEA DE NADA de lo que pasaría, vendría la siguiente fase.
Hija mía, ¿dónde quieres vivir?
La vida es tremendamente mágica si sabes verlo.
En aquellos días oscuros de conversaciones jodidas y de rupturas sentimentales llegaron a mi teléfono móvil llamadas y mensajes sobre casas rurales disponibles en Ourense, donde había estado ese mismo otoño.
Y pasó lo que tenía que pasar.
Hubo una casita con la que hice videollamada, y que, al ver, manifestó en mí una respuesta interior clarísima.
Era una certeza interna, una intuición funcionando al máximo.
—Esa es, nena. Esa casa es para ti.
Era un: «no tienes ni puta idea de nada de lo que va a pasar, pero ni falta que hace. Cógete esta casa y punto».
Dije que sí, y la apalabré.
Si aún no te decides, te doy una bola extra
Todo bien, ¿verdad?
Pues espérate, que venían más cosas.
Cuando ya pensaba que más o menos me estabilizaba a nivel emocional, continué con la idea de sacar talleres, clases y productos diferentes al copy. Compaginando con clientes de copy.
Lancé una masterclass de números freelance combinando mi experiencia como emprendedora autónoma con mis conocimientos empresariales universitarios.
Disfruté mucho el lanzamiento y me lo pasé genial preparándola y vendiéndola.
Sin embargo, un día después de cerrar carrito (y con unos resultados que me animaban a hacer lo mismo que con el workshop de escritura), la vida me puso del revés.
En menos de 15 días, me despedí de dos seres muy queridos y muy cercanos de forma repentina.
Uno de ellos tenía 98 años. El otro, 43.
Y fue desgarrador.
Recordatorio: LA VIDA PASA. Es un puto milagro ser, estar, existir. Así que deja de posponerla de una buena vez.
Y no des por hecho que vas a vivir casi un siglo, porque puedes morirte antes de llegar a la mitad.
Venga.
#3 Vulnerable
Otra vez, estaba hecha polvo… y seguía sin saber qué cojones quería hacer.
Le decía a mi terapeuta:
—Facu, a mí se me acumulan los duelos y yo ya no sé dónde meterme ni para dónde tirar. Solo sé que me voy a Galicia porque esa casa me está esperando y yo la estoy deseando.
Y eso fue lo que hice.
Sobre lo de ser copy o lo que me diera la gana
A estas alturas, varias personas me habían dicho:
—Yo no te compro por lo que haces. Te compro por ser tú.
Y la verdad es que no sabía quién era… pero ese fue el primer paso: aceptar que no lo sabía.
Así que me dije: «María, anótatelo: la respuesta no está en qué haces, sino en quién eres». Y solté el agobio de exigirme tener claro YA todo lo que ofrecía.
Siguiente ronda: no saber, y seguir andando.
Continuemos.
Sobre lo de ser «la mala de la película»
Las rupturas son un mundo aparte. En mi caso, tenía pena y culpa, y lo notaba en el día a día.
Sentía dolor físico en el pecho y en la barriga. No me entraba la comida, apenas podía dormir. Y me machacaba porque ¿cómo le había hecho daño a la persona que tanto quería?
Me creía el cuento de ser la mala de la película.
Sin embargo, algo en mí estaba tranquilo: me estaba siendo fiel por dentro.
Si yo ya no quería estar ahí, ¿para qué cojones iba a sostenerlo? No tenía puto sentido para ninguna de las partes.
La culpa es una emoción que te lleva a la responsabilidad.
¿Qué dice esta emoción de ti? ¿Qué información te trae? Y lo mejor: ¿qué vas a hacer con ella?
Al día siguiente de romper me grabé un vídeo en la cocina, con el móvil, para desahogarme sin que nadie me juzgara, sin que nadie me diera su opinión o sintiera pena ni por él ni por mí.
Quizá, en un futuro, me vería a mí misma y entendería las cosas de otra manera.
Por si acaso dudabas, esto te lo cuento aquí así como si nada… pero fue incómodo de cojones.
Seguía en carne viva, con el recordatorio persistente de que la vida son tres días y vamos por el segundo.
Lo tenía claro: no había tiempo que perder.
Sobre lo de irse a empezar de cero
Por qué Galicia creo que ya está respondido: tenía todo lo que me apetecía, y ella misma me apetecía.
Sin embargo, con toda esta parafernalia vital que te acabo de contar, aprendí que, cuando tú apuestas a la vida poniéndote a ti en el lugar que deseas, la vida te responde dándote lo que necesitas.
Aquella casita que me guiñó el ojo por videollamada es la casa donde vivo ahora.
Tiene huerta, un patio con un olivo (¡un olivo, porfavó!), placas solares, árboles frutales, silencio y un campo donde vienen las ovejas a pastar, una mula a pedir pan y una familia de gatiños que comparto por mis stories de Instagram cuando me inspiro y me lío a escribir poemas inventados
—oh, sí, he vuelto a escribir poemas y textos que no tienen nada que ver con el copy… sin buscarlo—.
Para más inri, a los 2 días de mudarme a esta aldea de 14 habitantes, conocí al nuevo compañero de aventuras que me estaba esperando: mi primer coche —ROJO, muajajaja—, que no busqué pero que, también, me guiñó el ojo como diciéndome: qué bien que hayas venido, tenía ganas de conocerte.
En ese momento, la preciosa primavera gallega estaba a punto de llegar.
Sobre lo de seguir el ritmo y no parar porque eres autónoma
Aquí yo estaba ya pensando:
«qué bien, nena, ya te estás recuperando, vamos a comernos el mundo».
Entonces organizamos un encuentro presencial de mujeres en el rural gallego, donde facilité y sostuve un taller de escritura terapéutica superpotente.
La experiencia fue genial; pero, al acabar el encuentro, yo estaba muerta.
Necesitaba llorar, gritar, catalizar.
Tuve que rendirme, parar; darme cuenta de que NO PODÍA CON TODO, aunque quisiera.
Porque me había empeñado en florecer en primavera, después del otoño y el invierno de cambios a nivel personal… pero visitar dos tanatorios y un cementerio en menos de 20 días y dejar que el dolor me invadiera en lugar de evitarlo me hizo VALORAR.
María Polaina no podía con su vida en ese momento. Estaba viva, pero exhausta.
Entonces… ¿qué pasaba?
- ¿Qué pasaba si me rendía a la vida y me entregaba a que no podía controlarlo todo?
- ¿Qué pasaba si pedía ayuda, si me dejaba sostener en lugar de luchar por mantenerme sola en pie?
- ¿Qué pasaba si me paraba a valorar la vida, simplemente, y ya vería desde ese lugar, y no desde el tengo que, lo que viviría a partir de entonces?
Lo que pasaba es que solo así podía convertirme en mi propia maestra, en lugar de seguir a ningún gurú, mentora o profeta que me diera una receta mágica.
Solo desde la vulnerabilidad del: es cierto, ahora mismo no puedo con mi vida. Necesito apoyarme y descansar conseguí respirar de nuevo.
¿Y qué pasó entonces, chica?
Pues, de nuevo, lo que tenía que pasar.
Terminaron los clientes de copy —sí, esos que a mí ya no me apetecían tanto— y, con el verano recién empezado, apareció el primer curro por cuenta ajena en formato presencial que acepté, después de 5 años trabajando por cuenta propia en remoto.
El verano, que acaba de terminar, se ponía interesante; de hecho, ha sido el mejor verano de mi vida.
Y es el que me ha hecho volver a escribir —as miñas cartiñas— en mi lista de correo, cargarme la web de copy que tenía y devolverme la claridad profesional y personal que necesitaba.
Fíjate: sucedió cuando solté, cuando me rendí, cuando paré; sucedió cuando miré dentro y fui honesta conmigo misma.
Cuando me di lo que necesitaba, ENTONCES supe qué quería hacer, y, cómo no: supe quién quiero ser.
#4 Maestra
Hay algo que no te he contado aún.
Durante todo este proceso que empezó en otoño, me zambullí en una formación intensiva de psicoeducación emocional, que me desafiaba una y otra vez frente a mis miedos y me daba herramientas para desafiar también a otras personas con los suyos, además de la terapia individual que estaba a puntito de terminar.
Porque el mayor aprendizaje de todos, el que estaba integrando en mi vida desde aquel coliving de hace un año que fue el casus belli de mi vida, es que ser maestra de ti misma consiste en atravesar un bloqueo de forma intencionada y consciente.
Es decir:
Si tengo miedo a esto, que me acojona y me mantiene inmóvil… pues allá que voy, de cabeza y sin frenos, a vivirlo.
- No es el resultado, es el proceso.
- No es lo que está bien o está mal; es lo que eso refleja de ti, y lo que refleja a otros.
- Y no es estabilidad; es paz interior pase lo que pase.
Picos y valles siempre habrá, pero, si te responsabilizas de ti y de lo que necesitas, puedes elegir cómo lo vives.
¿Cómo?
Atravesando miedos, habitando la libertad con responsabilidad y sosteniendo las incomodidades.
Ya te dije que te estaba haciendo el spoiler del siglo al abrir este articulazo. Ahora también puedo decirte que siento el cuerpo más sano, más vivo, más contento.
(Y, qué curioso: ahora menstruar no solo es algo regular para mí —es decir: mis sistemas nervioso y endocrino están acompasados—, sino que ya no es doloroso, ni un tabú que necesite disimular).
Pero, si quieres más, atiende al siguiente apartado.
#5 Las cartiñas
Las mismas preguntas que me hago para desafiar a mis miedos son las que desbloquean los caminos donde no me reprimo, y donde no me quedo con las ganas de decir o de hacer lo que quiero aunque por fuera nadie lo entienda o deje al personal loco perdido.
(Me pasa).
Después del último año he visto que nos aferramos a vínculos, relaciones, trabajos e identidades por miedo a lo que pasará si ya no encajamos en ese molde que un día nos construimos.
Y no hay nada peor para la libertad que encajar en un molde que no es tuyo.
Porque la vida no es un molde; cambia todo el rato.
Si tú cambias con ella, tienes la sensación de que fluyes, de que estás en paz, de que, a fin de cuentas, ESTÁS VIVA, vivo, y no anquilosándote a aquello que no te hace feliz.
Y es de esto de lo que hablo en mis cartiñas, que escribo desde Galicia —mi nuevo hogar—, para que te apliques el mismo cuento que este año me he aplicado yo.
En ellas te alboroto la mente y el corazón con las palabras y la visión que me han servido para pasar de vivir constreñida y agobiada a fluir con el día a día, y a estar en paz con las subidas y las bajadas de la vida.
¿Te vienes?
Hola María, te escribo desde mi plena vorágine, en un momento de «dudo de todo, pero sé que toca transformación». Es mi primera vez y estoy cagada. Leer esto ha sido una señal que me anima a seguir por ahí, a pesar de todo, porque es lo que quiero.
Gracias por compartir.
¡Anna! Qué emoción. Solo te digo: sigue por ahí, bella. Cagarse es humano, pero, cuando cruzas la orilla, te das cuenta de que es tu alma (y no el ego, o el miedo que nos da) quien gana. Gracias a ti también. Y confía, siempre estás en el buen camino. ✨
Maravilloso leerte, como siempre. Inspirador, doloroso y emotivo. Sigue haciendo camiño, y que lo pueda seguir viviendo desde el otro lado de la pantalla!
Gracias, Rafa. Feliz de compartir y de tenerte en ese otro lado de la pantalla. ^^