Este año está siendo pisciano a reventar. Si la astrología no es lo tuyo, te traduzco al castellano lo que significa Piscis: sentir, mucho; pero tener algo claro, nada.
Y he decidido abrirme y contarlo por aquí porque:
- me sirve como terapia, y
- me impulsa a seguir mi instinto.
Me la juego a que has pasado por una (o más) de estas situaciones. Así que no me enrollo más, y te lo cuento sin tapujos.
La reflexión del otoño empieza por aquí
He pasado los últimos trimestres lidiando con mensajes difusos, con deseos no concretos, con ideas sin ejecutar… y con una sensación de caos todo el rato que sacaría de sus casillas a cualquiera.
Pensaba en escribir aquí y no sabía de qué hablar. No me apetecía pensar en marketing. Tampoco en copy. Ni en estrategia.
A nivel personal estaba un poco igual: más perdida que el barco del arroz.
Si no me conoces o me conoces poco, debes saber que me encanta dirigir cosas, y nunca he tenido problema en controlar lo que sucedía a mi alrededor.
Pero la vida tenía otros planes para mí.
Y se lo ha pasado teta conmigo.
«Ah… así que quieres controlar, ¿no? Pues te vas a enterar de lo que vale un peine».
Y, con esa antesala, me dio la bienvenida al 2022.
La primera torta: Perú
En enero cogimos un vuelo a Lima para vivir en Ica durante dos meses y ver a la familia después de 3 años, pandemia mediante.
Yo me había hecho a la idea de que todo iría bien, currando como nómada digital en el hostel de Huacachina donde nos alojábamos.
Pero aquello fue una hecatombe.
Empecé a ahogarme en mis propias aguas a las dos semanas de dejar mis raíces. Las entregas se me hacían cuesta arriba, mis contenidos me parecían un suplicio, y no cerré ni un nuevo presupuesto.
El trabajo se complicaba porque yo no me sentía bien.
Y no sabía realmente qué pasaba, pero:
- no me motivaban los proyectos,
- no me motivaba la vida que tenía, y
- no me motivaba ni la gente ni mi segundo país.
«Y tú, que venías a reencontrarte con tu viejo amigo, el Perú, para disfrutarlo…»
Perú siempre fue un gran espejo para mostrarme lo que necesitaba ver.
Y eso fue justo lo que hizo: darme una torta en toda la cara, porque llevaba mucho tiempo mareando la perdiz y evitando sanar un temazo: el del dinero.
Quizá de este tema y de cómo lo viví te hable un poquito más en mi lista de cafés, porque tiene tela y al mismo tiempo me parece superinteresante.
⚡ Lo interesante es que nació la Brújula Extranjera, el segundo sideproject en menos de un año.
Bueno, algo bonico salió…
La segunda torta: la vuelta
Al volver a España, en abril y a las puertas de mi cumpleaños, la hostia no había acabado.
Me responsabilicé del dinero y me enfrenté a mis dramas —mírate los tuyos, que seguro que alguno hay—.
Pero, para rematar la faena, nada más llegar se me cayó el cliente más recurrente que tenía de un mes para otro. Y seguía sin que me entraran nuevos presupuestos.
Hola, realidad emprendedora.
Podría haberme montado un peliculón, hacerme la víctima y ponerme a llorar por las esquinas de mi casa.
Sin embargo, para mí aquello fue como si la vida me dijera:
«¿No te motiva lo que haces? Vale, te dejo espacio para que construyas lo que de verdad te llene».
Y por ese lado, genial.
El precio de ese precioso espacio era seguir tirando de ahorros y de pedir ayuda —oh, queridos… ¡qué difícil es pedir ayuda! ¿Por qué será?—, porque los ingresos brillaban por su ausencia.
Y eso equivalía a más ahogo.
¿Lo interesante?
Los viajes suelen darte perspectiva y luz sobre temas que hasta ese momento no habías cuestionado.
La cosa es que depende de ti cómo te lo tomes.
Mientras me ocupaba de esto —y progresaba adecuadamente, yeah—, llegó el calor al hemisferio norte, llegaron algunos proyectos que ni fu ni fa… y yo estaba que me chamuscaba viva por dentro porque no sabía qué cojones iba a pasar con mi negocio, mi vida y mi rumbo profesional.
Seguro que sabes a lo que me refiero.
Incertidumbre, lo llaman.
La tercera torta (esta fue dulce): Ourense
Tras un par de meses así, llegó el verano.
No me preguntes cómo ni por qué, pero, en lugar de torrarnos en el piso de la sartén meridional jiennense donde vivimos, pasamos la ola de calor de julio en una aldea gallega, en una casa con una deliciosa huerta y frescas paredes de piedra.
Fue un regalo de la vida.

De nuevo, otro viaje venía a coquetear conmigo:
«Mira qué bien se vive aquí. Cuánto verde, qué fresquito, qué paz. ¿No te gustaría venirte?»
«Galicia, por favor… ya van dos veces que me haces ojitos desde la pandemia. Un respeto.😂», pensaba yo.
Pero de esta xacobea aldea de Villamarín salí nadando entre mis propias aguas, las mismas en las que me había ahogado antes, cuando me relajé, dejé de preocuparme por controlar y acepté que lo mejor era FLUIR.
No puedes controlar lo que te pasa. Solo puedes elegir cómo lo vives.
Y este fue el punto definitivo: aprender a soltar.
Pero soltar… ¿qué?
Soltar certezas. Soltar planes. Soltar expectativas. Soltar facturación.
Soltar estructuras. Soltar sistemas.
Soltar TODO aquello que controlas por miedo a [insertar aquí aquello que más temes].
Soltar es sacar de tu vida palabras como aferrarse, agarrarse, resistir o sostener lo insostenible.
Y es la única forma de volver a fluir cuando has caído en tu propio atasco; o cuando, simplemente, notas ese runrún mental, que te escuece y te envía señales de que algo no anda bien, en forma de estrés, insomnio, aburrimiento… y, finalmente, confusión.
Porque esa es otra.
Estar confundida o confundido es una de las mejores cosas que te puede pasar.
Solo pasando por la confusión puedes llegar a la consciencia.
Y solo llegando a la consciencia puedes decidir cómo quieres evolucionar.
Y, en consecuencia, tomar cartas en el asunto, y actuar.
Es aquí cuando pasa el verano, llega septiembre, a mí me pilla en bragas… y, cuando quiero acordar, es octubre.
La cuarta torta: el coliving de SinOficina
Octubre me gusta.
Ha pasado el subidón general de la vuelta al cole, refresca y las hojas empiezan a caerse con alguna lluvia aislada que te recuerda que, dentro de poco, toca recogerse del frío.
No es casual que cruzase la Península por cuarta vez este año (hola, Galicia, aquí me tienes por 3ª vez 😂), regresando del coliving —o convivencia de emprendedores, venga— al que me había sumado en Pontevedra con 17 personas de SinOficina.
¿Por qué no es casual?
Porque no paro de soltar hojas secas que ya no me sirven desde que aterricé, de regreso, hace ya unos cuantos días.
Y hay descubrimientos, aprendizajes y novedades que quiero compartirte porque la vida es un ciclo, y quizá alguno de ellos te inspire, te sirva o te haga ver la vida de otra manera.
Además, allí me han apretado un botoncito que no sabía que tenía, y siento expansión.
No obstante, he decidido, a última hora, que este artículo ya es suficientemente extenso, y que, si quieres tenerlos a mano, la mejor manera —y la que más me apetece a mí también— de compartirlos contigo es a través de la próxima carta que enviaré en mi lista de cafés.
Irá sobre:
- el (verdadero) papel de la vulnerabilidad
- el secreto de la gente introvertida
- la mejor expresión de amor (muy gallega, por cierto) del mundo
- un mensaje atípico de la España vaciada
Y, también, sobre una nueva idea que lanzaré en petit comité antes de que termine el 2022, para afrontar con calidez el invierno del hemisferio norte.
Un plaser volver a estos lares. Nos leemos en la siguiente. 👋
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